Volver a salir después de un año
Estrella Valles está peleada con su DNI. Porque en él figura como Palmira y no con el nombre que siempre ha utilizado. Y porque le apunta unos 91 años que igual Palmira tiene, pero Estrella no aparenta. Desde su silla de ruedas, resume ella los últimos doce meses en la residencia pública de Grado: «Ha sido muy duro, pero aquí seguimos».
Porque ayer hizo justo un año desde que una residente, de 95 años, se convertía en la primera víctima mortal de la covid en el centro geriátrico moscón. A partir de ese día, el dispositivo que registró el mayor brote de la primera ola, con casi todos sus 84 usuarios enfermos, gran parte de la plantilla y superó la veintena de fallecidos, se convirtió en el protagonista de una pandemia que paralizó al mundo ante el desconocimiento de cómo frenarla.
Tras varias sospechas de que la covid estaba en Asturias, y con un gran foco en Grado, el 12 de marzo de 2020 fue el último día en el que los familiares pudieron entrar libremente al centro. Y los usuarios salir. Porque la residencia moscona es, a diferencia de otros dispositivos, un centro muy abierto a la comunidad. Con residentes que salen cada día a hacer compra, ver amigos, tomar un café, echar una partida…
«Los residentes vacunados pueden salir del centro y recibir visitas con cita, pero sin límites», explica Nuria Gil González
Tras cerrar sus puertas y la confirmación, el 19, de la primera muerte, el día 20 de marzo del año pasado el Servicio de Salud del Principado (Sespa) se hizo con el control del geriátrico. La residencia de Grado se convirtió en un hospital blindado.
Ese día, Arcadio Rodríguez Sierra llevaba más de un día en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). Dos semanas después, con todos los focos de la pandemia puestos aún en el geriátrico público de Grado, Arcadio, uno de sus residentes, se convertía en la imagen de la esperanza. Salía del coma. Salía de la covid. Volvía a casa.
Bajo el control del Sespa
Una casaque ayer abrió sus puertas, con este medio como testigo, más de lo que lo ha hecho en los últimos doce meses. Porque, en el aniversario del golpe «que lo cambió todo», según explica la trabajadora social del centro, Nuria Gil González, los usuarios del geriátrico de Grado arrancan el plan de desescalada diseñado por la Consejería de Salud. Porque, el Sespa sigue con el control de las residencias asturianas, pese a que en esta tercera ola apenas han tenido casos. De hecho, llevan un mes sin brotes.
Un plan complicado, lleno de niveles (que dependen de la situación epidemiológica del municipio), pero que en lo que respecta a Grado supone que «las personas vacunadas pueden entrar y salir sin problema. Y ver a sus familias. Incluso pernoctar fuera, aunque deben hacerlo durante catorce días y, para volver, presentar una PCR negativa».
Arcadio Rodríguez, de momento, solo saldrá «por el parque que tenemos delante», ya que el tiempo no acompaña. «Está lloviendo y me duelen las piernas». Ya no se acuerda del ‘bicho’, como lo llama, pero sí tiene claro que tiene muchas ganas «de salir a pasear con mi nieta». Porque ver a la familia, más allá del único familiar que ha podido visitarles con citas programadas y restringidas durante los últimos doce meses, es deseo unánime.
«Me emociona saber que ya puedo salir y ver a mis hermanos», reconoce Francisco Rodríguez. A sus 88 años está preparado para volver a recorrer las calles de Grado y, sobre todo, «para ver a mis hermanos, que hace un año que no les veo». Sí ha tenido contacto familiar, «pero no con todos. Tenemos que organizar un encuentro juntos, fuera, al aire libre», asegura.
Él fue uno de los afortunados que vivió en el geriátrico público de Grado y no se contagió de covid. «Aún así, ha sido un año muy duro. Lo hemos llevado con mucha tranquilidad y disciplina. Con ejercicio diario. Tengo una bicicleta estática y la uso todos los días».
Más suerte han tenido ya Mari Alonso, que, como Estrella, también está peleada con el DNI. El documento la llama Asunción, «pero todo el mundo me llamó siempre Mari» y fecha su nacimiento hace 91 años. Edad que tampoco aparenta.
«Tengo cuatro hijos y dos nietas, por fin he podido estar con parte de ellos», recuerda emocionada. Un hijo y una hija, así como las dos nietas «han estado conmigo, sentados en el banco, hablando». Algo que, no obstante, no dejaron de hacer «en todo este tiempo. Hablábamos a diario». Eso sí, por móvil.
Un contacto diario, estrecho y telemático que también mantuvo Estrella Valles. Ahora, su máximo deseo es «salir y que me lleven hasta mi casa». Una que tiene en su localidad natal, Moutas, pero deja claro que «no para pernoctar. Solo quiero ir a visitarla y, luego, volver aquí, que estoy muy bien atendida».
La encargada de hacer el resumen de lo que ha sido el último año en la residencia pública de Grado, -«ha sido muy duro, pero aquí seguimos»- no quiere que se olvide lo que ocurrió. «Fue muy triste. Murió mucha gente. Muchos compañeros», pero tampoco quiere dejar un mensaje pesimista: «Ahora estamos todos vacunados y esperamos que sirva para algo. Para nosotros y para todos. Porque esto es un problema que nos afecta a todos».
Como Francisco, Arcadio y Mari, Estrella reconoce que este año de encierro han tirado «de calma, de tranquilidad, de pensar que era lo mejor para todos», pero recuerda que el encierro no solo fue dentro del centro, «sino, en el peor momento, dentro de las habitaciones».
Llegan nuevos residentes
Algo que rompió los esquemas de funcionamiento de la residencia, unos que aún no se han recuperado. «Ha sido un año muy complicado. Este virus cambió por completo la dinámica del centro, que siempre ha tenido muchas actividades y un gran contacto con toda la villa. Aquí se entraba y se salía a diario», recuerda Nuria Gil González.
La trabajadora social del dispositivo, que gestiona el organismo responsable de la red geriátrica pública asturiana, Establecimientos Residenciales para Ancianos (ERA), rememora: «Teníamos visitas a diario y los residentes están en su casa, así que entraban y salían cuando querían».
De eso se pasó «al encierro total». Tan total «como que todos estaban en sus habitaciones». Hasta que la primera ola dejó de golpear con fuerza y pudieron comenzar a moverse por el centro «y hacer salidas programadas y por grupos al área peatonal que tenemos delante de la residencia». Una zona que pronto se lleno de familiares. A cada lado de la valla, unos y otros se veían, comprobaban el estado físico y de ánimo con total contención de besos y abrazos. «Se veían desde la distancia».
Mientras la consejera de Derechos Sociales y Bienestar, Melania Álvarez, asegura que «estamos trabajando para flexibilizar aún más el plan de desescalada de geriátricos», Nuria Gil González recuerda que «cuando comenzaron a recibir visitas, todas pautadas, limitadas, y con un gran proceso de desinfección tras cada encuentro», apunta Gil González.
Un proceso de desinfección que continúa ahora, sobre todo cuando el centro comienza a recibir «los primeros nuevos ingresos». Al margen de los de emergencia, hasta ahora nadie podía alojarse en Grado. «En esta nueva fase ya podemos recibir a nuevos residentes», para pasar de los 53 actuales a los 84 posibles. La residencia de Grado quiere volver a la normalidad que perdió hace un año.